Con el mazo dando: las desventuras de un juez laico

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Mi perspectiva de absoluta ignorante es que las leyes son algo así como un arte de prestidigitación, y sólo unos pocos iniciados pueden dominar sus trucos y entresijos, mientras que los demás, los ciudadanos de a pie, debemos conformarnos con quejarnos con los allegados de las más absurdas injusticias porque no está a nuestro alcance hacer valer ninguna de las leyes dictadas por nuestro poder legislativo, ni tan sólo las que pudiera dictar el sentido común.

No es éste el caso de los abogados o los jueces. Aunque en muchas ocasiones me los miro con desconfianza, admiro secretamente su varita mágica legal, ésa que les permite acceder al esotérico mundo de la interpretación de las leyes y, en un momento dado, exigir la aplicación de determinadas normas.

Por eso me ha llamado doblemente la atención el caso de Luigi Tosti.

Ese buen señor era un juez. Ese juez conocía perfectamente la constitución italiana. Y varios de sus artículos hacían referencia a la laicidad del estado, a la libertad de culto o la igualdad de trato. También conocía la Convención Europea de Derechos Humanos. Y, finalmente, y por desgracia, conocía la circular que en 1926 había dictado Benito Mussolini y que obligaba a que todas las salas de audiencia estuvieran presididas por un crucifijo.

Puesto que la Constitución de un país es la ley de mayor jerarquía, y debe anteponerse ésta a cualquier otra norma, especialmente ante las establecidas por un dictador fascista, Luigi Tosti solicitó en octubre de 2003 que se retiraran de las salas de audiencia de Camerino, su localidad, los crucifijos, de forma que se garantizara la separación entre Iglesia y Estado y se aplicaran varios de los artículos de la Constitución. Una actitud loable. Después de que sus superiores –incluido el ministro de justicia, que fue puntualmente informado de sus peticiones– le dieran ‘largas’ durante varios años, Tosti finalmente se negó a dictar sentencia en salas con crucifijos, o bien proponía que se añadieran a ese símbolo religioso algunos otros, como el candelabro de siete brazos judío, o el emblema de la asociación agnóstica italiana.

Fue entonces que se abrieron contra él tres procedimientos penales. En el año 2005 se le condenaba a siete meses de prisión y a la suspensión de todos los cargos públicos durante un año. Lo dejan, por tanto, sin sueldo. Ante el recurso que hace el juez por la injusticia cometida contra él (y, de paso, contra la Constitución y contra los propios italianos) en virtud de la circular fascista, le aumentan la condena a 12 meses de prisión. Yo, ya lo he dicho, no entiendo de leyes, pero si esto no parece una venganza contra un defensor del libre pensamiento, es que no entiendo nada de cómo funciona el mundo.

Y por si no fuera suficiente llevar suspendido de empleo y sueldo cinco años –en espera, se supone, de que claudique–, este pasado viernes la sección disciplinaria del Consejo Superior de la Magistratura de Italia decidió expulsar del colegio de magistrados al juez.

En definitiva, ni el hecho de que lo diga la Carta Magna, ni que lo declare una de las normas de más alto rango europeas, ni que ese ya llamado ‘Quijote’ italiano sea un juez, buen conocedor tanto de las leyes como de sus derechos, han podido hacer nada por la libertad de culto en las salas italianas. Hasta ese punto forma parte la santa inquisición –ay, perdón- la santa iglesia del estado. Hasta ese punto es tarea inútil tratar de hacer cumplir las leyes cuando la iglesia está involucrada. Hasta ese punto, por tanto, convergen el Vaticano y el fascismo, aún hoy.

POR LA SEPARACIÓN DE IGLESIA Y ESTADO…¡¡¡YA!!!

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